Con al parecer total independencia del mérito de nadie, los niños nacen de distita forma: fáciles y difíciles. Unos parecen tener antenas para percibir lo agradable a su alrededor y otros lo amenazador. Unos lo superan todo, incluso a padres nefastos, y otros hacen una tragedia de los acontecimietos. La educación bien entendida debería acomodar el temperamento para prepararlos para disfrutar de las cosas, capacidad que está muy mal repartida.
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