El espectáculo del Estado corriendo en socorro inevitable de los bancos al precio del empobrecimiento general deja al descubierto aspectos de la relación nada inocente entre la riqueza y la pobreza. Demuestra que nuestro sistema político construido con exclusiones no tiene suficiente contestación. Los que están abajo parecen creerse la teoría del mal menor. Los impotentes y humillados ven demasiado utópico un mundo mejor y se contentan con algunas ayudas.
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