Redonda en el silencio, firme en el cielo negro, vela y alumbra este corazón mío. Escudo de mi pecho desnudo contra el sueño, reluciente guía del paso lento de la noche, posa tu luz en mi frente cuando sientas mi respiración agitada.
No sé por qué parecen llenas de magia melancólica las cosas pasadas; no se lo explica uno bien; se recuerda claramente que en aquellos días no era uno feliz, que tenía uno sus inquietudes y sus penas, y, sin embargo, parece que el sol de entonces debía brillar más, y el cielo tener un azul más puro y más espléndido. (Pío Baroja, 1911)
Destroza las flores hasta donde llegues con tus zapatos. Una vez hayas pasado, se levantarán nuevos brotes de hierba. Aprovéchate de los demás sin residuo de piedad y recibirás como saludo miradas de reojo mientras tratas de ocultar lo que sabes de ti mismo. En la montaña te sentirás demasiado lejos del cielo y desde tu avión verás la tierra demasiado cercana.
La patata Amelia lo dejó todo para seguir al conquistador Don Lope de Lereña durante duras jornadas llenas de hambre y penalidades. Los enamorados no lograron vencer la oposición de una familia que compartía los prejuicios clasistas de la época. ¿Pero cómo te vas a casar con ella, si tú eres noble y ella no es más que un tubérculo?, le decían. La rechazada Amelia, dando tumbos, llevó una vida llena de vicisitudes y desilusiones. Decidió cambiar radicalmente cuando un pintor le pidió que posara pelada. Regresó a América y allí pudo echar raíces.
Desde aquella altura veía pasar el tiempo, discurrir el río y deshacerse las nubes. El sol se comía la nieve para renovar los campos apresados por el hielo, las acequias corrían y cantaban como jóvenes liberados. La hierba joven, las flores niñas y el río purificado asentían contentos de estar en ese ignorado lugar.
A medida que el cielo se oscurece, más florece de estremecimientos blancos. Sólo una mota de barro apagado, un grano estelar en un precipicio sin orillas. Aprende humildad de la gran noche serena.
Regreso más tarde, más despacio y más a oscuras. Nada es ya como era antes, aunque mi lugar sigue siendo donde tú estés. Todo se ve distinto sin luces encendidas al llegar.
El joven Malthus recibió una esmerada educación familiar inspirada en el Emilio de Rousseau. Su convencimiento de que el hombre es un lobo para el hombre condicionó toda su obra. Marx tachó de blasfemias contra el hombre las sombrías conclusiones de sus teorías. En 1804 se casa con la joven Harriet Eckersall y al año siguiente, tras el nacimiento de su primer hijo, le ofrecen una cátedra ideal en Hertford. Pudo vivir apaciblemente una larga vida y confesó que Harriet le había hecho muy feliz.