Llegar al centro del pueblo nos llevaría más de media hora. Incluso sin equivocarnos de camino, el retraso acabaría con todos los planes. Las grises nubes de invierno lo tenían todo listo para lanzar otra lluvia igual o peor. Mientras te encaramabas a saltos a una gran roca, apenas reduje el paso. Con todo ese barro encima la sonrisa me parecía fuera de lugar, y no me fijé en el diminuto manojo de prímulas. Ahora sé que florecen en invierno porque no han dejado de crecer.
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